Albus S. Potter.

El partido. El partido. El partido.

Era la único que se rumoreaba por los pasillos del colegio, y aunque estuviera metido como de costumbre en aquella enorme sala donde los libros me cobijaban no había sido capaz de deshacerme de aquellos murmullos. Todos estaban espectantes al nuevo partido que se jugaría aquella tarde. Y quién no lo estaría, si era Gryffindor contra Slytherin. Pues yo. No estaba esperando a aquel partido. Ni siquiera me llamaba la atención el juego de una manera desmedida. James era el deportista y no yo. Y he aquí otra cuestión: ¿A quién se suponía que debía animar en aquellos momentos de alta tensión? Lo natural sería animar a mi casa, como todos. Pero, ¿es adecuado querer ver a la mitad de mi familia perder en aquel juego que tanto adoraban? Es por eso que hacía ya bastante que había dejado de asistir a los partidos si me era posible y si no me podía escabullir, me mantenía imparcial. Aunque debía admitir que ver a Gryffindor ganar me hacía soltar una disimulada sonrisa.

-¡Eh! Potter. Te perderás el partido.- Bueno, no esperaba encontrarme con alguien que no me lo recordara. Pero no pensaba moverme de allí. Al menos los libros no me juzgarían con sus miradas severas o sus palabras obcenas si me alegraba por unos o por otros. Quisiera o no me enteraría de los resultados un poco más tarde, cuando todos hubieran puesto de nuevo los pies en el suelo. O cuando una exagerada multitud de chicas hormonadas estuviera persiguiendo a James por el pasillo, recordándole lo maravilloso que era. Eso siempre me recordaba las palabras de mi padre y su asentimiento cuando sabía de las acciones chulescas de James diciendo que no podría llevar nombre más acertado que el de mi abuelo. Tener a dos James en la familia debería haber sido terrible, pero siempre diría que conocer a mis abuelos hubiera sido de las mejores experiencias, ya que oír a mi padre hablar de ellos me hacía ilusionarme de manera desmedida.

-Albus, vamos. Comienza el partido.- Las palabras de aquella chica me hicieron despertar de mis profundos pensamientos y me hizo girarme para conteplarla. Ahora si que me movería de aquel maldito asiento que era casi como mi hogar. ¿Cómo podía decirle a ella que no? Supongo que aquel cabello rojo me llenaba de nerviosismo y emoción, a la vez que de alegría e impaciencia. Yo también tendría que sacar algo de mi padre.

Prueba Aceptada!

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